Bastará citar algunos hitos tecnológicos decisivos en la evolución de nuestra civilización para justificar esta afirmación. Por ejemplo: el dominio del fuego, la agricultura, la rueda, la escritura, la imprenta, el motor de explosión, la electricidad, la cámara de fotos, los antibióticos, el plástico, la radio y la televisión, las nuevas tecnologías (TIC)…
La tecnología, en todas sus manifestaciones (artefactual, simbólica y procedimental-organizativa), nos ayuda a vivir mejor y nos permite liberar tiempo que podemos dedicar, si queremos, a nuestro desarrollo personal. Y en este sentido, la tecnología nuevamente nos facilita las cosas; por ejemplo Internet pone a nuestro alcance cualquier información que necesitemos y nos facilita el contacto e interacción con cualquier persona del planeta que pueda conectarse a Internet.
Ciertamente las ventajas tecnológicas no llegan a toda la población del planeta a la vez, generando desigualdades entre grupos humanos por razones de régimen político, riqueza o cultura. No obstante, más pronto o más tarde la tecnología va llegando a todos, y muchas veces se encarga de agrietar estas barreras políticas, culturales y hasta económicas. Pensemos por ejemplo en como el coche, la televisión e Internet han roto barreras espaciales, han modificado pautas culturales y hasta han desequilibrado regímenes políticos.
Internet es un buen referente para observar este potencial de penetración social y de cambio cultural que tienen las tecnologías. Se ha convertido en un mundo paralelo, una especie de duplicado del mundo físico, donde las personas podemos buscar información de todo tipo y comunicarnos los unos con los otros, para aprender y trabajar, para hacer gestiones y comprar, para entretenernos y desarrollarnos como personas... Nos hace la vida más fácil y aumenta nuestras posibilidades de desarrollo personal y social; ¿no debería este nuevo mundo estar abierto a todos? ¿No debería ser un nuevo derecho de todo individuo? Afortunadamente algunos países lo ven así, y por ejemplo en Suiza, el acceso a Internet (a velocidad moderada) es gratuito.
Qué duda cabe que progresamos con ayuda de la tecnología. ¿Alguno de los lectores preferiría vivir en una civilización Neolítica? ¿O en el Imperio Romano? ¿Tal vez en la Edad Media?
Pero al mismo tiempo, cada descubrimiento tecnológico supone una amenaza, constituye una nueva caja de Pandora llena de potenciales riesgos, porque la tecnología en definitiva proporciona medios, herramientas que podemos utilizar bien o mal, y para el bien o para el mal.
Por una parte tenemos el riesgo de utilizar mal la tecnología y en este caso, en vez de proporcionarnos beneficios, nos perjudicará. Por ejemplo, la electricidad nos puede electrocutar, con un coche podemos provocar un accidente, una central nuclear puede emitir una contaminación letal…
Y es que la tecnología exige formación a sus usuarios y determinadas competencias y responsabilidad a sus gestores. Lo que no siempre se da, debido a comportamientos tan humanos como la precipitación, el exceso de confianza, el desmedido afán de lucro que mueve a reducir las medidas de seguridad… Y por si fuera poco, los seres humanos somos muy falibles, y factores físicos y emocionales alteran fácilmente nuestra memoria, atención, razonamiento y voluntad.
Por otra parte, los humanos no somos intrínsecamente buenos. Pese a un cierto sentimiento de transcendencia, el contexto social y cultural que nos rodea determina en parte nuestro comportamiento, regido por el afán de supervivencia y afecto en un entorno lo más agradable posible. A menudo actuamos en complejos equilibrios entre el altruismo y el egoísmo, y a veces hasta podemos encontrar justificaciones para actuar de forma “inhumana”, con total desprecio a los demás. En estos casos (guerras, delitos medioambientales, estafas económicas…) la tecnología también nos ayuda, y podemos ser enormemente destructivos.
En suma. La tecnología es progreso, aunque comporta riesgos. Y el mayor riesgo somos nosotros mismos, porque aún no hemos progresado suficientemente en nuestro desarrollo personal y social. Y en este mundo global en el que todos dependemos tanto de todos, necesitamos desarrollar y regular una adecuada consciencia social y medioambiental; para ello también nos pueden ayudar “tecnologías sociales” como la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la extensión y mejora de un derecho básico del individuo como es la Educación.
Publicado en la sección Opinión de La Vanguardia (27-12-2009)